Dejemos
actuar a Dios en nuestras vidas
Todo lo que hizo Dios es muy bueno- nos dice el libro
del Génesis- la creación es un acto voluntario de su amor. Que bastó decir una
palabra y existieron las cosas: “Dijo
Dios: «Haya luz», y hubo luz”
(Gen 1,3). La palabra de Dios es creadora, es liberadora y transformadora, que
hace todas las cosas nuevas: “Entonces
dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo»…” (Ap
21,5).
El mismo ser humano fue creado a imagen y semejanza de
Dios, se le ha participado la capacidad de amar, de discernir su propia
vocación, le ha concedido el libre albedrío, es decir, un ser libre e
inteligente. Que pueda tomar sus propias decisiones, eligiendo sobre lo bueno y
lo malo. Que Dios puso delante de sí dos caminos, el de la vida y el de la
muerte: “Mira, yo pongo hoy ante ti
vida y felicidad, muerte y desgracia” (Dt 30,15). Que
depende él elegir el más adecuado. Dios quiere que el ser humano elija
por sí mismo. Porque nuestros Dios respeta nuestra libertad. Él no va elegir
por nosotros, a nosotros nos toca elegir y debemos elegir bien para que después
no andemos culpando a Dios ni a los demás. Dios no creó a títeres ni hizo máquinas
para manipularlas a su antojo, sino que creó a seres humanos, que son sus hijos
amados y predilectos.
Dios creó al hombre para que tenga una vida digna, en
compañía de sus semejantes. Que no quiso que estuviera solo, porque la soledad
no es parte del proyecto de Dios. Por eso, le da una compañera para que ambos
se realicen mutuamente y lleven a cabo su proyecto de salvación: “El hombre exclamó: "¡Esta sí que es
hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido
sacada del hombre" (Gen 2, 23).
Como podemos observar, Dios quiero lo mejor para el ser
humano que se sienta feliz en este mundo, que es su casa, que él es el rey de
la creación; que pueda expresar: gracias
Dios mío por haberme creado a tu imagen y semejanza, por darme una compañera de
vida.
En efecto, el hombre es capaz de emprender un dialogo
con su Creador y con los demás, porque se le ha dado el don de la palabra, que
mediante ella, exprese lo más sagrado de sus sentimientos, como son: de
alegría, de tristeza, de angustia, de entusiasmo, etc. que como hijo agradecido
eleva sus oraciones de acción de gracias, de alabanzas, que cuando se encuentra
triste, sus oraciones son confianzas, de ayuda, que cuando comete errores, hace un acto
profundo de conciencia reconociendo sus propias faltas pidiendo perdón y
apelando a la infinita misericordia de su Creador.
Dios no hizo mudo, ni sordo, ni ciego ni mucho menos solitario
al ser humano. Porque la soledad no es parte del proyecto de Dios. La soledad
entendida como solipsista, donde el hombre se parece a una isla. Porque el ser
humano es un ser de relación, es un ser de encuentro, que busca la paz y tiende
hacia el bien. Y es un amante de la verdad.
Aunque muchas veces, el ser humano no confía en su
Creador y se aparta de él, actuando de una forma irreverente que en ocasiones
ha llegado ignorarlo o blasfemar contra el artífice de su propia existencia.
Hay veces, que el hombre quiere realizar por sí mismo todas las cosas, sin
tomar en cuenta la presencia de Dios, quiere sacarlo fuera de la historia y
quiere construir su historia sin Dios. Porque se siente ya autosuficiente en su
saber, en su ciencia y en su tecnología. Por eso quiere hacer lo que quiere con
su propia vida y con el mundo que Dios le ha confiado, la misma razón lo ha llevado
a embrutecerse. Que llega a decir, que “la ciencia y la técnica nos llevaran al
paraíso”. Esto nos da entender, que el hombre se transforma en un salvador de
sí mismo y para los demás, que no necesita de la ayuda divina. Mas no se da
cuento que todo lo que sabe es por un don gratuito de Dios. Querer transformar
el mundo sin Dios, querer salvarse sin Dios es caer en lo absurdo, porque
piensa ser dios, cuando es en realidad un triste mortal. No se da cuenta que
Jesucristo nos dijo: “Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto;
porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
El hombre que se aparta de Dios, también se aparta del
hermano. Y no deja actuar a Dios en su vida, ni en la historia; en otras
palabras, “no deja a Dios ser Dios”, o, se va fabricando un “dios” a su medida.
Que llene todas sus expectativas, que puede manipularlo a su antojo. Donde el hombre
es el centro de todo lo que existe, todas las cosas giran en su entorno e
incluso la existencia del mismo Dios. Caemos en un nivel meramente
antropocéntrico, donde el futuro hacia la eternidad se ve opacado. Debido que el
mismo hombre ya no es capaz de trascender en su vida. Porque ya casi no escucha
la voz de su Creador que le dice:”No
endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el
desierto…” (Sal 94, 8).
Por consiguiente, las relaciones interpersonales, que
no están fundamentadas en Cristo, no
duran, todo se desvanece. Porque son relaciones enfermizas, que solo buscan el
propio interés y no el bien de la persona. Porque el hombre no posee paz en su
corazón, camina cabizbajo, molesto
consigo mismo y con los demás (cfr. Gen 4, 6). Porque “lejos de Cristo, solo hay, obscuridad y
muerte” (San Juan Pablo II). Se mueren las relaciones honestas y estables.
Solo quedan las relaciones desequilibradas. Ya que el hombre pierde el
equilibrio de su vida. Aunque para los que creen en Cristo Jesús, que lo
aceptan en su corazón, nada está perdido. Mientras hay vida, hay esperanza.
Mientras dejes actuar a Dios en tu vida podrás transformar tu mundo interior, y
así también transformarás el mundo exterior, donde vivimos, que es “nuestra
casa común”.
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