viernes, 2 de octubre de 2015

Dejemos actuar a Dios en nuestras vidas

Dejemos actuar a Dios en nuestras vidas
Todo lo que hizo Dios es muy bueno- nos dice el libro del Génesis- la creación es un acto voluntario de su amor. Que bastó decir una palabra y existieron las cosas:Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz” (Gen 1,3). La palabra de Dios es creadora, es liberadora y transformadora, que hace todas las cosas nuevas: “Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo»…” (Ap 21,5).
El mismo ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, se le ha participado la capacidad de amar, de discernir su propia vocación, le ha concedido el libre albedrío, es decir, un ser libre e inteligente. Que pueda tomar sus propias decisiones, eligiendo sobre lo bueno y lo malo. Que Dios puso delante de sí dos caminos, el de la vida y el de la muerte:Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia” (Dt 30,15). Que  depende él elegir el más adecuado. Dios quiere que el ser humano elija por sí mismo. Porque nuestros Dios respeta nuestra libertad. Él no va elegir por nosotros, a nosotros nos toca elegir y debemos elegir bien para que después no andemos culpando a Dios ni a los demás. Dios no creó a títeres ni hizo máquinas para manipularlas a su antojo, sino que creó a seres humanos, que son sus hijos amados y predilectos.
Dios creó al hombre para que tenga una vida digna, en compañía de sus semejantes. Que no quiso que estuviera solo, porque la soledad no es parte del proyecto de Dios. Por eso, le da una compañera para que ambos se realicen mutuamente y lleven a cabo su proyecto de salvación: “El hombre exclamó: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre" (Gen 2, 23).
Como podemos observar, Dios quiero lo mejor para el ser humano que se sienta feliz en este mundo, que es su casa, que él es el rey de la creación; que  pueda expresar: gracias Dios mío por haberme creado a tu imagen y semejanza, por darme una compañera de vida.
En efecto, el hombre es capaz de emprender un dialogo con su Creador y con los demás, porque se le ha dado el don de la palabra, que mediante ella, exprese lo más sagrado de sus sentimientos, como son: de alegría, de tristeza, de angustia, de entusiasmo, etc. que como hijo agradecido eleva sus oraciones de acción de gracias, de alabanzas, que cuando se encuentra triste, sus oraciones son confianzas, de  ayuda, que cuando comete errores, hace un acto profundo de conciencia reconociendo sus propias faltas pidiendo perdón y apelando a la infinita misericordia de su Creador.  
Dios no hizo mudo, ni sordo, ni ciego ni mucho menos solitario al ser humano. Porque la soledad no es parte del proyecto de Dios. La soledad entendida como solipsista, donde el hombre se parece a una isla. Porque el ser humano es un ser de relación, es un ser de encuentro, que busca la paz y tiende hacia el bien. Y es un amante de la verdad.

Aunque muchas veces, el ser humano no confía en su Creador y se aparta de él, actuando de una forma irreverente que en ocasiones ha llegado ignorarlo o blasfemar contra el artífice de su propia existencia. Hay veces, que el hombre quiere realizar por sí mismo todas las cosas, sin tomar en cuenta la presencia de Dios, quiere sacarlo fuera de la historia y quiere construir su historia sin Dios. Porque se siente ya autosuficiente en su saber, en su ciencia y en su tecnología. Por eso quiere hacer lo que quiere con su propia vida y con el mundo que Dios le ha confiado, la misma razón lo ha llevado a embrutecerse. Que llega a decir, que “la ciencia y la técnica nos llevaran al paraíso”. Esto nos da entender, que el hombre se transforma en un salvador de sí mismo y para los demás, que no necesita de la ayuda divina. Mas no se da cuento que todo lo que sabe es por un don gratuito de Dios. Querer transformar el mundo sin Dios, querer salvarse sin Dios es caer en lo absurdo, porque piensa ser dios, cuando es en realidad un triste mortal. No se da cuenta que Jesucristo nos dijo: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
El hombre que se aparta de Dios, también se aparta del hermano. Y no deja actuar a Dios en su vida, ni en la historia; en otras palabras, “no deja a Dios ser Dios”, o, se va fabricando un “dios” a su medida. Que llene todas sus expectativas, que puede manipularlo a su antojo. Donde el hombre es el centro de todo lo que existe, todas las cosas giran en su entorno e incluso la existencia del mismo Dios. Caemos en un nivel meramente antropocéntrico, donde el futuro hacia la eternidad se ve opacado. Debido que el mismo hombre ya no es capaz de trascender en su vida. Porque ya casi no escucha la voz de su Creador que le dice:”No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto…” (Sal 94, 8).

Por consiguiente, las relaciones interpersonales, que no están  fundamentadas en Cristo, no duran, todo se desvanece. Porque son relaciones enfermizas, que solo buscan el propio interés y no el bien de la persona. Porque el hombre no posee paz en su corazón, camina cabizbajo, molesto  consigo mismo y con los demás (cfr. Gen 4, 6). Porque “lejos de Cristo, solo hay, obscuridad y muerte” (San Juan Pablo II). Se mueren las relaciones honestas y estables. Solo quedan las relaciones desequilibradas. Ya que el hombre pierde el equilibrio de su vida. Aunque para los que creen en Cristo Jesús, que lo aceptan en su corazón, nada está perdido. Mientras hay vida, hay esperanza. Mientras dejes actuar a Dios en tu vida podrás transformar tu mundo interior, y así también transformarás el mundo exterior, donde vivimos, que es “nuestra casa común”. 

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