Características
de un misionero perezoso
La pereza es algo que cohabita en el corazón del
hombre, que lo hace sentir como el ser más desdichado. Que todo lo ve opacado y
no encuentra sentido de su existencia en este mundo.
Que opta por no hacer
nada, o mejor dicho que otros trabajen, construyen y progresen, mientras él se
queda con los brazos cruzados.
Porque el hombre perezoso ve el trabajo como castigo y
que le quita su libertad. Por eso, no es capaz de mover un dedo en su trabajo
sino que resulta más fácil sentarse y descansar. Bien dice el primer
mandamiento del haragán: “se nace
cansado y se vive para descansar”. El haragán lleva una vida monótona, que todos los
días quiere hacer lo mismo, no tiene iniciativa ni es creativo, sólo piensa en acostarse,
como dice el segundo mandamiento del haragán: “ama a tu cama
como a ti mismo”. Para
un haragán, su alegría consiste en comer, dormir y disfrutar lo más que se
puede. Pero eso sí, que su comida y bebida estén a su tiempo, porque quiere
llenar su estómago, como dice el dicho: “barriga llena corazón contento”.
No obstante, la flojera no es obra de Dios sino del
hombre que se acomoda a un estilo de vida, que va de acuerdo sus propios intereses;
por eso, la palabra de Dios exhorta al flojo, a observar la hormiga que trabaja
siempre y trabaja en sociedad, en compañía:
“Flojo, anda a ver a la hormiga,
mira cómo se mueve y se hace sabia”... ¿Flojo, hasta cuándo vas a seguir
echado? ¿Cuándo vas a levantarte de tu cama? Duermes un poco, después sueñas un
momento, luego estiras los brazos cruzados... y de pronto te sorprende la
pobreza como un vagabundo, la miseria cae sobre ti como un ladrón” (Prov 6, 6. 9-11).
Levantarse significa ponerse de pie para emprender las
diversas actividades de la vida, que lo llevan a realizar obras grandiosas para
bien de uno mismo y para el bien del prójimo. Ponerse de pie es estar
consciente que vinimos a este mundo para ser colaborador en la obra de Dios, es
decir, entrar en el dinamismo del reino de los cielos. De este modo salimos de
una vida rutinaria. Aunque el hombre perezoso no se levante, permanece echado
como un animal inconsciente: “El perezoso
no gana su sustento, el que trabaja alcanza riquezas. La senda de la justicia es
vida, el camino de la impiedad lleva a la muerte. (Prov. 12,27-28). El hombre perezoso posee una vida sin
sentido, sin amor y sin capaz de trascender, se encuentra al borde de la no
existencia.
El individuo perezosa se deja dominar por la ley del
menor esfuerzo, donde su propia inercia lo arrastra a que darse postrado,
siendo conformista e indiferente con los demás, que busca su propio bien y no
el de los demás, con respecto a las cosas de Dios es alérgico y con respecto a
la vida comunitaria le hostiga.
El sujeto perezoso, siempre busca obstáculo para no
realizar las cosas, siempre se queja, murmura en su corazón y arma
maquinaciones. Su rostro es muy endurecido, no sonríe, casi siempre esta serio
y con una cara de pocos amigos. Porque no encuentra sentido de su propia flojedad,
las cosas pequeñas las hace imposible: El
flojo dice: "¡Hay un animal feroz en el camino! ¡Hay un león en la calle!"
(Prov. 26,13). Desde que se inventaron los pretextos es el primero en darle
propaganda, porque en el fondo tiene
miedo y no es capaz de enfrentar su propia realidad. Y esta situación lo
lleva a tener actitudes no cristianas, ni humanas. Que incluso, ve a su hermano
que se está muriendo, que necesita su ayuda y se hace el desentendido, que en
virtud de servirle, quiere que le sirvan. Quiere que le den su comida en la
boca. Porque hasta para comer la cuesta: El
flojo mete la mano en el plato, pero le cansa llevarla a la boca” (Prov.
26,15).
El hombre perezoso, siempre busca tener la razón. Cree
saber más que los demás y se aferra a sus propias ideologías, en otras palabras:
no hace y ni deja hacer a los demás: “El
flojo se cree más sabio que siete personas que responden bien” (Prov.
26,16). La imprudencia del perezoso es tremenda, que ni el mismo se da cuenta
cuando realiza su imprudencia. Porque muchas veces habla al peso de su propia
lengua. Es decir, que dice una cosa y hace otra cosa, esto es llevar una vida
inauténtica. Que solo piensa para sí mismo.
El flojo siempre actúa con dobles intenciones y llevando
una doble vida. No le importa si dice la verdad o dice mentira. En su corazón
anida la maldad. El libro combate espiritual, nos cuenta una historia de una
joven que era muy perezosa, que le tenían que hacer todo:
“Cuentan las
antiguas leyendas que una joven se volvió tan perezosa que ya no quería hacer
ningún oficio en la casa.
Y la mamá
consultó a un sabio el cual le dijo: "No le dé de comer. Recuerde que san
Pablo manda: "Quien no trabaja que tampoco coma" (2Ts 3). "Dígale
que la comida que ella no se prepare no la comerá". La mamá hizo lo
mandado pero la muchacha prefirió aguantar hambre con tal de no tener que hacer
nada. Entonces el sabio recomendó: "Hagan el simulacro de que la van a
enterrar viva, y del susto cambiará el modo de obrar". Y se fueron con
ella para el cementerio. Por el camino se encontraron con un hombre que les
preguntó por qué la llevaban al cementerio: "Es que no quiere conseguir el
alimento", le respondieron. El otro conmovido le dijo:
"Muchacha:
yo le regalo estas seis libras de harina para que coma". Y la perezosa le
preguntó: "¿Me las da ya amasadas y convertidas en pan tostado?".
"No, así no más sin amasar ni tostar". Y la perezosa muy tranquila se
acostó otra vez en el ataúd y exclamó: "Entonces: que siga el
entierro" (Combate espiritual, pp. 55-56).
En la vida hay que aprender a dominar la propia lengua,
ya que es un órgano tan pequeño, pero causa gran desastre; cuando se habla sin
medir las consecuencias, así nos dice el libro de proverbios: “El
que vigila sus palabras tendrá larga vida, el que habla sin parar, se
perjudicará”
(Prov. 13,3). Bien expresa Santiago, cuando nos exhorta que con la ‘lengua
bendecimos a Dios y con la misma lengua maldecimos al hermano’, que no somos capaces
muchas veces de auto-dominar nuestras palabras y nos transformamos en seres
chismosos (cfr. Sant 3, 9). El hombre prudente domina sus impulsos, se
autocontrola y lucha por adquirir la virtud, en cambio el perezoso se deja
arrastrar por sus bajos instintos, que cae en un círculo vicioso, bien se dice:
“que la pereza es la madre de todos los vicios.
La pereza no existe por sí misma, sino que tiene su
existencia en el corazón del hombre. Por consecuencia, la pereza no existe como
tal, no existe alguien que se llame pereza; lo que sí existe es un sujeto
perezoso. Que actúa con beligerancia, que solo existe él y sus intereses. Donde
los demás le molestan prefiere vivir solo, que estar acompañado. Además la
pereza es uno de los siete pecados capitales, que es la acedía del hombre. El catecismo
de la iglesia católica nos dice: “La
acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a
sentir horror por el bien divino” (CIC. 2094).
La actitud de un misionero perezoso, no beneficia a la
comunidad. Al contrario, será una carga y un dolor de cabeza para los demás.
Porque no le gusta hacer nada, solo quiere comer, dormir y sentirse bien.
Aunque en ocasiones, busca cualquier pretexto para no realizar sus actividades
pastorales, siempre es negativo en algunas propuestas de los demás. Lo primero
que dice, que la gente es apática a las cosas religiosas, que no llegan a los
temas, que para que ir a las experiencias de los mercados, de los autobuses,
semáforos, que es muy cansado. No le gusta arriesgar. Porque él es el primero
en ser alérgico a las cosas de Dios. Mas no se cuenta lo que nos dice Jesús: “…El que quiere seguirme, niéguese a sí mismo,
cargue con su cruz y me siga. El que quiere salvar su vida, la perderá; quien
la pierda por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (Mc 8,34-35).
La enseñanza de Jesús es clara y exigente, para
seguirle a él tiene que ser desde la libertad, desde una voluntad consciente,
sin coacción, donde tú mismo optes por decir sí, quiere servir al Señor; pero
esto implica una renuncia de nosotros mismos, de ir en contra de nuestros
propios gustos. Estar dispuesto a entregar la vida por él, sacrificándose en el
anuncia del evangelio. Despojándose de
todo aquello que representa un obstáculo para la misión: ‘Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: «Sólo te falta
una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres,
y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme’» (Mc 10,21).
El misionero es elegido y enviado a la misión, va con
el poder de Cristo, conducido por el Espíritu Santo, a transformar los
corazones de hombres y mujeres, y de todos aquellos que están abiertos al reino
de Dios. Él está dispuesto a enfrentar todo lo que sobrevenga: persecución, difamación,
hombre, sed, en ocasiones sin poder dormir, o dormir en el suelo, soportar las
picaduras de los desgraciados sancudos, aguantar todas las inclemencias
climáticas. Todo esto lo soporta por dar
a conocer a Cristo, incluso está dispuesto a sufrir el martirio: A su paso animaban a los discípulos y los
invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por
muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios» (Hech 14,22). Aquí estamos
hablando de misioneros entregados a su vocación y su misión, que no pierden el
tiempo. Para ellos, el tiempo es oro, y como dice el dicho: “que tiempo perdido
los santos lo lloran”. Todo momento es oportuno para evangelizar. Todo tiempo
es propicio para salvación, para empezar el camino de una sincera conversión.
Ser misionero es un privilegio y un regalo de Dios.
Aunque hay que estar dispuesto a todo. Porque no todos tienen esa vocación,
algunos empiezan bien, pero después ven la situación muy exigente y se echan
hacia atras. Porque no están dispuestos a correr el mismo riesgo que el Maestro
de Galilea: Quién no tome su cruz para
seguirme no es digno de mí” (Mt 10,38). Uno que quería seguir a Jesús le
dijo: “Te seguiré, Señor, pero primero
déjame despedirme de mi familia. Jesús le dijo: El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el
reino de Dios” (Lc 9, 61-62).
El que no está dispuesto a comenzar el camino de una
sincera conversión, no podrá seguir a Jesucristo, ni realizar su proyecto de
salvación. El misionero tiene que abandonar actitudes de pesimismo, de
indiferencia, de apatías y falsas seguridades, agresividad con sus hermano,
porque no le ayudan a interactuar con los demás. Porque lo primero que tiene
que ser es, ser buen cristiano, un buen hijo de Dios. El auténtico misionero
tiene que vivir el evangelio, tiene que dar testimonio y aprender a convivir en
la comunidad. Porque el misionero es un ser relación, de encuentro y de
experiencia de vida cristiana.
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