viernes, 2 de octubre de 2015

CARACTERÍSTICAS DE UN MISIONERO PEREZOSO

Características de un misionero perezoso
La pereza es algo que cohabita en el corazón del hombre, que lo hace sentir como el ser más desdichado. Que todo lo ve opacado y no encuentra sentido de su existencia en este mundo.
Que opta por no hacer nada, o mejor dicho que otros trabajen, construyen y progresen, mientras él se queda con los brazos cruzados.
Porque el hombre perezoso ve el trabajo como castigo y que le quita su libertad. Por eso, no es capaz de mover un dedo en su trabajo sino que resulta más fácil sentarse y descansar. Bien dice el primer mandamiento del haragán:se nace cansado y se vive para descansar”. El haragán lleva una vida monótona, que todos los días quiere hacer lo mismo, no tiene iniciativa ni es creativo, sólo piensa en acostarse, como dice el segundo mandamiento del haragán: ama a tu cama como a ti mismo”. Para un haragán, su alegría consiste en comer, dormir y disfrutar lo más que se puede. Pero eso sí, que su comida y bebida estén a su tiempo, porque quiere llenar su estómago, como dice el dicho: “barriga llena corazón contento”.
No obstante, la flojera no es obra de Dios sino del hombre que se acomoda a un estilo de vida, que va de acuerdo sus propios intereses; por eso, la palabra de Dios exhorta al flojo, a observar la hormiga que trabaja siempre y trabaja en sociedad, en compañía:
“Flojo, anda a ver a la hormiga, mira cómo se mueve y se hace sabia”... ¿Flojo, hasta cuándo vas a seguir echado? ¿Cuándo vas a levantarte de tu cama? Duermes un poco, después sueñas un momento, luego estiras los brazos cruzados... y de pronto te sorprende la pobreza como un vagabundo, la miseria cae sobre ti como un ladrón” (Prov 6, 6. 9-11).

Levantarse significa ponerse de pie para emprender las diversas actividades de la vida, que lo llevan a realizar obras grandiosas para bien de uno mismo y para el bien del prójimo. Ponerse de pie es estar consciente que vinimos a este mundo para ser colaborador en la obra de Dios, es decir, entrar en el dinamismo del reino de los cielos. De este modo salimos de una vida rutinaria. Aunque el hombre perezoso no se levante, permanece echado como un animal inconsciente: “El perezoso no gana su sustento, el que trabaja alcanza riquezas. La senda de la justicia es vida, el camino de la impiedad lleva a la muerte. (Prov. 12,27-28).  El hombre perezoso posee una vida sin sentido, sin amor y sin capaz de trascender, se encuentra al borde de la no existencia.
El individuo perezosa se deja dominar por la ley del menor esfuerzo, donde su propia inercia lo arrastra a que darse postrado, siendo conformista e indiferente con los demás, que busca su propio bien y no el de los demás, con respecto a las cosas de Dios es alérgico y con respecto a la vida comunitaria le hostiga.


El sujeto perezoso, siempre busca obstáculo para no realizar las cosas, siempre se queja, murmura en su corazón y arma maquinaciones. Su rostro es muy endurecido, no sonríe, casi siempre esta serio y con una cara de pocos amigos. Porque no encuentra sentido de su propia flojedad, las cosas pequeñas las hace imposible: El flojo dice: "¡Hay un animal feroz en el camino! ¡Hay un león en la calle!" (Prov. 26,13). Desde que se inventaron los pretextos es el primero en darle propaganda, porque en el fondo tiene   miedo y no es capaz de enfrentar su propia realidad. Y esta situación lo lleva a tener actitudes no cristianas, ni humanas. Que incluso, ve a su hermano que se está muriendo, que necesita su ayuda y se hace el desentendido, que en virtud de servirle, quiere que le sirvan. Quiere que le den su comida en la boca. Porque hasta para comer la cuesta: El flojo mete la mano en el plato, pero le cansa llevarla a la boca” (Prov. 26,15).
El hombre perezoso, siempre busca tener la razón. Cree saber más que los demás y se aferra a sus propias ideologías, en otras palabras: no hace y ni deja hacer a los demás: “El flojo se cree más sabio que siete personas que responden bien” (Prov. 26,16). La imprudencia del perezoso es tremenda, que ni el mismo se da cuenta cuando realiza su imprudencia. Porque muchas veces habla al peso de su propia lengua. Es decir, que dice una cosa y hace otra cosa, esto es llevar una vida inauténtica. Que solo piensa para sí mismo.
El flojo siempre actúa con dobles intenciones y llevando una doble vida. No le importa si dice la verdad o dice mentira. En su corazón anida la maldad. El libro combate espiritual, nos cuenta una historia de una joven que era muy perezosa, que le tenían que hacer todo:
“Cuentan las antiguas leyendas que una joven se volvió tan perezosa que ya no quería hacer ningún oficio en la casa.
Y la mamá consultó a un sabio el cual le dijo: "No le dé de comer. Recuerde que san Pablo manda: "Quien no trabaja que tampoco coma" (2Ts 3). "Dígale que la comida que ella no se prepare no la comerá". La mamá hizo lo mandado pero la muchacha prefirió aguantar hambre con tal de no tener que hacer nada. Entonces el sabio recomendó: "Hagan el simulacro de que la van a enterrar viva, y del susto cambiará el modo de obrar". Y se fueron con ella para el cementerio. Por el camino se encontraron con un hombre que les preguntó por qué la llevaban al cementerio: "Es que no quiere conseguir el alimento", le respondieron. El otro conmovido le dijo:
"Muchacha: yo le regalo estas seis libras de harina para que coma". Y la perezosa le preguntó: "¿Me las da ya amasadas y convertidas en pan tostado?". "No, así no más sin amasar ni tostar". Y la perezosa muy tranquila se acostó otra vez en el ataúd y exclamó: "Entonces: que siga el entierro" (Combate espiritual, pp. 55-56).



En la vida hay que aprender a dominar la propia lengua, ya que es un órgano tan pequeño, pero causa gran desastre; cuando se habla sin medir las consecuencias, así nos dice el libro de proverbios: El que vigila sus palabras tendrá larga vida, el que habla sin parar, se perjudicará” (Prov. 13,3). Bien expresa Santiago, cuando nos exhorta que con la ‘lengua bendecimos a Dios y con la misma lengua maldecimos al hermano’, que no somos capaces muchas veces de auto-dominar nuestras palabras y nos transformamos en seres chismosos (cfr. Sant 3, 9). El hombre prudente domina sus impulsos, se autocontrola y lucha por adquirir la virtud, en cambio el perezoso se deja arrastrar por sus bajos instintos, que cae en un círculo vicioso, bien se dice: “que la pereza es la madre de todos los vicios.
La pereza no existe por sí misma, sino que tiene su existencia en el corazón del hombre. Por consecuencia, la pereza no existe como tal, no existe alguien que se llame pereza; lo que sí existe es un sujeto perezoso. Que actúa con beligerancia, que solo existe él y sus intereses. Donde los demás le molestan prefiere vivir solo, que estar acompañado. Además la pereza es uno de los siete pecados capitales, que es la acedía del hombre. El catecismo de la iglesia católica nos dice: “La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino” (CIC. 2094).
La actitud de un misionero perezoso, no beneficia a la comunidad. Al contrario, será una carga y un dolor de cabeza para los demás. Porque no le gusta hacer nada, solo quiere comer, dormir y sentirse bien. Aunque en ocasiones, busca cualquier pretexto para no realizar sus actividades pastorales, siempre es negativo en algunas propuestas de los demás. Lo primero que dice, que la gente es apática a las cosas religiosas, que no llegan a los temas, que para que ir a las experiencias de los mercados, de los autobuses, semáforos, que es muy cansado. No le gusta arriesgar. Porque él es el primero en ser alérgico a las cosas de Dios. Mas no se cuenta lo que nos dice Jesús: “…El que quiere seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. El que quiere salvar su vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (Mc 8,34-35).
La enseñanza de Jesús es clara y exigente, para seguirle a él tiene que ser desde la libertad, desde una voluntad consciente, sin coacción, donde tú mismo optes por decir sí, quiere servir al Señor; pero esto implica una renuncia de nosotros mismos, de ir en contra de nuestros propios gustos. Estar dispuesto a entregar la vida por él, sacrificándose en el anuncia del evangelio. Despojándose  de todo aquello que representa un obstáculo para la misión: ‘Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: «Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme’» (Mc 10,21).
El misionero es elegido y enviado a la misión, va con el poder de Cristo, conducido por el Espíritu Santo, a transformar los corazones de hombres y mujeres, y de todos aquellos que están abiertos al reino de Dios. Él está dispuesto a enfrentar todo lo que sobrevenga: persecución, difamación, hombre, sed, en ocasiones sin poder dormir, o dormir en el suelo, soportar las picaduras de los desgraciados sancudos, aguantar todas las inclemencias climáticas. Todo esto lo soporta por dar  a conocer a Cristo, incluso está dispuesto a sufrir el martirio: A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios» (Hech 14,22). Aquí estamos hablando de misioneros entregados a su vocación y su misión, que no pierden el tiempo. Para ellos, el tiempo es oro, y como dice el dicho: “que tiempo perdido los santos lo lloran”. Todo momento es oportuno para evangelizar. Todo tiempo es propicio para salvación, para empezar el camino de una sincera conversión.
Ser misionero es un privilegio y un regalo de Dios. Aunque hay que estar dispuesto a todo. Porque no todos tienen esa vocación, algunos empiezan bien, pero después ven la situación muy exigente y se echan hacia atras. Porque no están dispuestos a correr el mismo riesgo que el Maestro de Galilea: Quién no tome su cruz para seguirme no es digno de mí” (Mt 10,38). Uno que quería seguir a Jesús le dijo: “Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia. Jesús le dijo: El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios” (Lc 9, 61-62).

El que no está dispuesto a comenzar el camino de una sincera conversión, no podrá seguir a Jesucristo, ni realizar su proyecto de salvación. El misionero tiene que abandonar actitudes de pesimismo, de indiferencia, de apatías y falsas seguridades, agresividad con sus hermano, porque no le ayudan a interactuar con los demás. Porque lo primero que tiene que ser es, ser buen cristiano, un buen hijo de Dios. El auténtico misionero tiene que vivir el evangelio, tiene que dar testimonio y aprender a convivir en la comunidad. Porque el misionero es un ser relación, de encuentro y de experiencia de vida cristiana.

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