jueves, 15 de octubre de 2015

Experiencias de predicar y cantar en los mercados y buses del salvador.

Experiencias de predicar y cantar en los mercados y buses del salvador.
Los misioneros apóstoles de la palabra tenemos algo muy peculiar en la pastoral que motiva y cautiva a muchos como son: las experiencias de predicar y cantar en los mercados, buses, parques, semáforos y por supuesto que las visitas domiciliarias. Son métodos de evangelización de una manera eficaz, porque llega a la realidad de muchos hermanos alejados de la Iglesia, que son católicos de nombres, o porque dice su abuelita que fueron bautizados. Pero ellos, no están conscientes de su fe, no toman importancia de lo hermoso de vivir la vida cristiana, de amar a Dios y al prójimo.
Quizás algunos podrán de decir que es algo sencillo, que cualquiera lo puede hacer. Yo les digo, que no es cosa de otro mundo, es algo que los mismos apóstoles lo realizaban. Porque ellos, eran misioneros en las calles. Que salían a las "periferias existencias" de todos los marginados de su tiempo. Que no se quedaron indiferentes, que hicieron algo para cambiar el rumbo de la historia. Fueron sembradores de esperanza, de amor y de fe.
Aunque la mera verdad ¿quiénes actualmente están saliendo a evangelizar de casa en casa, en los mercados, en los buses, semáforos y en los parques?
Aparte de los misioneros “apóstoles de la palabra”, que se entrenan a enfrentar esta realidad del proselitismo religioso de América Latina, del abandono pastoral, de la indiferencia ante la palabra de Dios.
Los que más veo en Centroamérica son los protestantes de diferentes índoles, que apantallan y humillan en algunos sectores a los católicos impreparados. Ellos no duermen, andan como león rugiente buscando a quien devorar.
Para nosotros los cristianos católicos es un deber evangelizar a todos, sin distinción de persona, dar a conocer a Cristo, enseñar la Biblia, que los demás tengan acceso los sacramentos, que se sienta miembros de la Iglesia católica. Ya que Cristo es el ‘única Salvador y Señor de nuestra vida’, en él esta puesta nuestra esperanza y nos da consistencia en todo lo que hagamos.
Por eso, predicar y cantar en los mercados, en los autobuses y en los parques son experiencias únicas e irrepetibles. Como sostiene el padre Amatulli, que es  necesario que tomemos en cuenta, que hay que unir “teoría y práctica, conocimiento y entrenamiento”, para ser un verdadero discípulo y misioneros de Jesucristo. Y así formar a los futuros pastores de nuestra Iglesia.
Las experiencias misioneras nos marcan toda la vida, nos motivan, nos entusiasman. Aunque hay que ser honesto, que ser misionero en la calle no es nada fácil, implica estar chiflados por Cristo, llevando una vida sacrificada por el evangelio. En otras palabras no avergonzarse de predicar a Cristo, muerto y resucitado, como sostiene San Pablo: “Yo no me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza divina de salvación para todo el que cree…” (Rom 1,16).  
Sin duda alguna, existen muchas personas que agradecen lo que nosotros hacemos, y nos dicen: ¡‘ánimo hermanos!, que su labor es suma importancia para la evangelización’, ya que la Iglesia necesita gente valiente, decididas y entregadas, que no tengan miedo a enfrentar los diversos desafíos que vienen, tanto externo como interno, como son: insulto, calumnia y amenaces de parte de los que no comulgan con nuestra fe. Que se sienten molesta, porque se sienten cuestionados con lo que nosotros hacemos, porque vamos aclarando las dudas que ellos han sembrado.
Hay muchas personas solidarias con la labor que nosotros realizamos, que no piensan dos veces en tomar el tríptico que repartimos, que dan algo simbólico, una monedita para las misiones, de manera especial, para el centro de formación que tenemos los misioneros “apóstoles de la palabra” de San Salvador A.C., Dios es grande y bondadoso que se manifiesta por medio de personas de buena voluntad. Que no son indiferentes con las misiones de la Iglesia.
Al final de la experiencia ya se notaba el cansancio, la garganta un poco ronca, las baterías de los megáfonos descargadas. Aunque el ánimo todavía encendido para continuar adelante.
 La misión es bonita, que hace que uno se sienta realizado, que pueda explotar su potencialidad. Donde uno su comparte su fe, su alegría y el amor a Dios y el amor al prójimo. Bendito sea Dios, alabado sea su santo nombre, que nos da su Espíritu Santo para predicar en su nombre.


viernes, 2 de octubre de 2015

MIRAR CON LOS OJOS DEL CORAZÓN

                                                                         Instrucción
Hola que tal a todos mis hermanos y amigos, que Dios nuestro Padre les bendiga en abundancia. Les cuento que las experiencias siguen llegando a mi vida misionero. Reconozco que Dios va actuando en mi vida y en la comunidad de San Salvador, que los hermanos de formación siguen despertando el espíritu de juventud, que han dicho sí a la llamada de Jesucristo y que están dispuesto arriesgar su vida por el Señor resucitado, ya que él es quien ha transformados sus corazones y de todos aquellos que son sus discípulos y misionero.
Es por esto, que quiero compartir con usted esta reflexión que es parte de mi experiencia que voy teniendo en esta estancia de San Salvador. Se titula así:

"Mirar con los ojos del corazón"
La mirada es algo propio del ser humano. Porque mediante ella, contempla la belleza de la creación de su Creador. Una mirada minuciosa es fuente de un profundo conocimiento. Porque Dios concedió al ser humano el sentido de la vista, que le permite captar los colores, los objetos y todo lo que está delante de sí mismo, son percibidos por la vista. Aunque la vista solo capta las imágenes y las guarda en la memoria; ella no pronuncia ninguna afirmación. Es la inteligencia la que reflexiona, la que hace el discernimiento y emite un juicio.
Por tanto, mirar es contemplar, es reflexionar, es entrar en las profundidades de las cosas, es decir, no quedarse en lo superficial sino que hace una introspección de sí mismo y de todo lo que lo rodea. Bien dijo Jesús, que “los ojos son las ventanas del corazón” (cfr. Mt 6,22-23). Una mirada sana es reconfortante para los demás. Una mirada sin malicia es una mirada de paz, de ternura, de aprecio, de confianza. Porque el ser humano, en Cristo “mira todas las cosas” (san Agustín). Porque mirar al prójimo es comprenderlo, es ayudarlo, siendo solidario con él; mirarse a sí mismo, es aceptarse, es amarse y valorarse de acuerdo a lo que uno es. Así como Dios nos creó, ya que somos imagen y semejanza de él.
En efecto, mediante una mirada nos damos a conocer ante los demás, si estamos alegres, nuestra mirada es incandescente, si estamos pasando por una dificultad andamos cabizbajos, como le pasó a Caín, que mató a su hermano; entonces Dios le dijo: “si obras bien podrás levantar tu vista” (Gén 4,6). Obrar bien es realizar la voluntad de nuestro Creador, es respetar la dignidad de los demás, es darse cuenta que el otro es mi hermano.
El que ha contemplado a Cristo, ha contemplado su salvación. Y no tiene un rostro de tristeza sino agradable, como nos dice el salmista: “mírenlo a él y no tendrá cara de frustrados” (Sal 34,6). Mirar al Señor, es tener confianza en él. Debido que es él nuestra seguridad, nuestro apoyo en este mundo. El que cree en Jesucristo no queda confundido ni abandonado.
Dentro del corazón del hombre fluyen todos sus sentimientos, todo su amor hacia sí mismo, hacia el prójimo y hacia la creación de Dios. Porque mirar con los ojos del corazón, consiste en una mirada profunda, honesta y transparente. Esto significa amar con la misma intensidad de Cristo, es perdonar como él perdonó a sus mismos agresores, es reflejar en nuestro rostro la sonrisa de un Cristo resucitado. Ser cristianos de esperanza. Que no debemos juzgar por las apariencias, ni a la ligera, o, a la buena de Dios, sino según el designio de nuestro Creador, que suscita en el corazón del hombre un buen discernimiento: “Porque Dios no ve las cosas como los hombres: el hombre se fija en las apariencias pero Dios mira el corazón” (1Sam16, 7b). La mirada de Dios va más allá de las perspectivas humanas, porque él conoce nuestro corazón y sólo él puede transformarlo: “Yo, el Señor penetro el corazón, examino las entrañas, para pagar al hombre su conducta, lo que merecen sus obras” (Jer 17,10).
Los secretos de nuestros corazones, sólo Dios los conoce. Quizás alguien podrá decir, que él se conoce. Mas no se da cuente que es un conocimiento superficial, solo conoce su yo exterior. No conoce el yo interior, porque muchas veces tiene miedo escalar en las profundidades de su mundo interior. El encuentro consigo mismo le espanta. Muchas veces, es fácil relacionarse con los demás, conocer a los otros, pero qué difícil es conocerse uno mismo y poder encender una luz en su interior y así descubrir los secretos de su corazón.
Cada ser humano es un mundo inexplorable, que está en vía de ser conocido: “Por tanto no nos acobardemos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día” (1Cor4, 16). Por eso, nadie se esconde de la mirada de Dios. Él sabe bien, quién somos y qué hacemos, y cuáles son aquellas cosas que aquejan nuestra vida y no nos dejan avanzar. Una cosa es cierta: que hay que renovarse día con día, en otras palabras, el cristiano tiene que actualizarse para no ser cristiano caduco.
Es un hecho, que mirar con los ojos del corazón, consiste en ser un hombre espiritual, que busca las cosas de Dios, que se deleita en ellas como nos dice el salmista: “los mandatos del Señor son rectos: alegran el corazón; la instrucción del Señor es clara: da luz a los ojos” (Sal 19,9). De esta manera el ser humano se adhiere más al Señor, que lo invita a realizar obras grandiosas. Y no se entretiene en las cosas de este mundo, porque bien sabe, que son pasajeras. Su único anhelo es construir el reino de Dios en su vida y en la vida de todos los seres humanos: “que el adorno de ustedes no consiste en cosas externas: peinados rebuscados, joyas de oros, trajes elegantes; sino en lo íntimo y oculto: en la modestia y serenidad de un espíritu incorruptible. Eso es lo que tiene valor a los ojos de Dios” (1Pe3, 3-4). Lo que tiene valor para Dios es la persona íntegra, que lleve una vida digna, que ame a los demás y respete su dignidad, porque son hijos de nuestro Padre Dios.

Por consiguiente, el que mira con los ojos del corazón, es una persona, que dobla las rodillas para adorar a su Creador, ya que él es su Padre, que siempre lo acompaña en su vida. Que lo corona de amor y de ternura. Para él su única gloria, su única fortaleza, su única riqueza es Dios, que lo conduce mediante su Espíritu Santo. Es alguien que rebosa de la gracia de Cristo; porque Cristo habita en su corazón, por el don de la fe que ha recibido y es la respuesta que da al llamado de Dios. El motor primordial que lo impulsa a entregar su vida es el amor, que lo consagra, que lo consolida y da sentido a su existencia (cfr. Ef3, 14-18). 

Dejemos actuar a Dios en nuestras vidas

Dejemos actuar a Dios en nuestras vidas
Todo lo que hizo Dios es muy bueno- nos dice el libro del Génesis- la creación es un acto voluntario de su amor. Que bastó decir una palabra y existieron las cosas:Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz” (Gen 1,3). La palabra de Dios es creadora, es liberadora y transformadora, que hace todas las cosas nuevas: “Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo»…” (Ap 21,5).
El mismo ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, se le ha participado la capacidad de amar, de discernir su propia vocación, le ha concedido el libre albedrío, es decir, un ser libre e inteligente. Que pueda tomar sus propias decisiones, eligiendo sobre lo bueno y lo malo. Que Dios puso delante de sí dos caminos, el de la vida y el de la muerte:Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia” (Dt 30,15). Que  depende él elegir el más adecuado. Dios quiere que el ser humano elija por sí mismo. Porque nuestros Dios respeta nuestra libertad. Él no va elegir por nosotros, a nosotros nos toca elegir y debemos elegir bien para que después no andemos culpando a Dios ni a los demás. Dios no creó a títeres ni hizo máquinas para manipularlas a su antojo, sino que creó a seres humanos, que son sus hijos amados y predilectos.
Dios creó al hombre para que tenga una vida digna, en compañía de sus semejantes. Que no quiso que estuviera solo, porque la soledad no es parte del proyecto de Dios. Por eso, le da una compañera para que ambos se realicen mutuamente y lleven a cabo su proyecto de salvación: “El hombre exclamó: "¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre" (Gen 2, 23).
Como podemos observar, Dios quiero lo mejor para el ser humano que se sienta feliz en este mundo, que es su casa, que él es el rey de la creación; que  pueda expresar: gracias Dios mío por haberme creado a tu imagen y semejanza, por darme una compañera de vida.
En efecto, el hombre es capaz de emprender un dialogo con su Creador y con los demás, porque se le ha dado el don de la palabra, que mediante ella, exprese lo más sagrado de sus sentimientos, como son: de alegría, de tristeza, de angustia, de entusiasmo, etc. que como hijo agradecido eleva sus oraciones de acción de gracias, de alabanzas, que cuando se encuentra triste, sus oraciones son confianzas, de  ayuda, que cuando comete errores, hace un acto profundo de conciencia reconociendo sus propias faltas pidiendo perdón y apelando a la infinita misericordia de su Creador.  
Dios no hizo mudo, ni sordo, ni ciego ni mucho menos solitario al ser humano. Porque la soledad no es parte del proyecto de Dios. La soledad entendida como solipsista, donde el hombre se parece a una isla. Porque el ser humano es un ser de relación, es un ser de encuentro, que busca la paz y tiende hacia el bien. Y es un amante de la verdad.

Aunque muchas veces, el ser humano no confía en su Creador y se aparta de él, actuando de una forma irreverente que en ocasiones ha llegado ignorarlo o blasfemar contra el artífice de su propia existencia. Hay veces, que el hombre quiere realizar por sí mismo todas las cosas, sin tomar en cuenta la presencia de Dios, quiere sacarlo fuera de la historia y quiere construir su historia sin Dios. Porque se siente ya autosuficiente en su saber, en su ciencia y en su tecnología. Por eso quiere hacer lo que quiere con su propia vida y con el mundo que Dios le ha confiado, la misma razón lo ha llevado a embrutecerse. Que llega a decir, que “la ciencia y la técnica nos llevaran al paraíso”. Esto nos da entender, que el hombre se transforma en un salvador de sí mismo y para los demás, que no necesita de la ayuda divina. Mas no se da cuento que todo lo que sabe es por un don gratuito de Dios. Querer transformar el mundo sin Dios, querer salvarse sin Dios es caer en lo absurdo, porque piensa ser dios, cuando es en realidad un triste mortal. No se da cuenta que Jesucristo nos dijo: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5).
El hombre que se aparta de Dios, también se aparta del hermano. Y no deja actuar a Dios en su vida, ni en la historia; en otras palabras, “no deja a Dios ser Dios”, o, se va fabricando un “dios” a su medida. Que llene todas sus expectativas, que puede manipularlo a su antojo. Donde el hombre es el centro de todo lo que existe, todas las cosas giran en su entorno e incluso la existencia del mismo Dios. Caemos en un nivel meramente antropocéntrico, donde el futuro hacia la eternidad se ve opacado. Debido que el mismo hombre ya no es capaz de trascender en su vida. Porque ya casi no escucha la voz de su Creador que le dice:”No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto…” (Sal 94, 8).

Por consiguiente, las relaciones interpersonales, que no están  fundamentadas en Cristo, no duran, todo se desvanece. Porque son relaciones enfermizas, que solo buscan el propio interés y no el bien de la persona. Porque el hombre no posee paz en su corazón, camina cabizbajo, molesto  consigo mismo y con los demás (cfr. Gen 4, 6). Porque “lejos de Cristo, solo hay, obscuridad y muerte” (San Juan Pablo II). Se mueren las relaciones honestas y estables. Solo quedan las relaciones desequilibradas. Ya que el hombre pierde el equilibrio de su vida. Aunque para los que creen en Cristo Jesús, que lo aceptan en su corazón, nada está perdido. Mientras hay vida, hay esperanza. Mientras dejes actuar a Dios en tu vida podrás transformar tu mundo interior, y así también transformarás el mundo exterior, donde vivimos, que es “nuestra casa común”. 

CARACTERÍSTICAS DE UN MISIONERO PEREZOSO

Características de un misionero perezoso
La pereza es algo que cohabita en el corazón del hombre, que lo hace sentir como el ser más desdichado. Que todo lo ve opacado y no encuentra sentido de su existencia en este mundo.
Que opta por no hacer nada, o mejor dicho que otros trabajen, construyen y progresen, mientras él se queda con los brazos cruzados.
Porque el hombre perezoso ve el trabajo como castigo y que le quita su libertad. Por eso, no es capaz de mover un dedo en su trabajo sino que resulta más fácil sentarse y descansar. Bien dice el primer mandamiento del haragán:se nace cansado y se vive para descansar”. El haragán lleva una vida monótona, que todos los días quiere hacer lo mismo, no tiene iniciativa ni es creativo, sólo piensa en acostarse, como dice el segundo mandamiento del haragán: ama a tu cama como a ti mismo”. Para un haragán, su alegría consiste en comer, dormir y disfrutar lo más que se puede. Pero eso sí, que su comida y bebida estén a su tiempo, porque quiere llenar su estómago, como dice el dicho: “barriga llena corazón contento”.
No obstante, la flojera no es obra de Dios sino del hombre que se acomoda a un estilo de vida, que va de acuerdo sus propios intereses; por eso, la palabra de Dios exhorta al flojo, a observar la hormiga que trabaja siempre y trabaja en sociedad, en compañía:
“Flojo, anda a ver a la hormiga, mira cómo se mueve y se hace sabia”... ¿Flojo, hasta cuándo vas a seguir echado? ¿Cuándo vas a levantarte de tu cama? Duermes un poco, después sueñas un momento, luego estiras los brazos cruzados... y de pronto te sorprende la pobreza como un vagabundo, la miseria cae sobre ti como un ladrón” (Prov 6, 6. 9-11).

Levantarse significa ponerse de pie para emprender las diversas actividades de la vida, que lo llevan a realizar obras grandiosas para bien de uno mismo y para el bien del prójimo. Ponerse de pie es estar consciente que vinimos a este mundo para ser colaborador en la obra de Dios, es decir, entrar en el dinamismo del reino de los cielos. De este modo salimos de una vida rutinaria. Aunque el hombre perezoso no se levante, permanece echado como un animal inconsciente: “El perezoso no gana su sustento, el que trabaja alcanza riquezas. La senda de la justicia es vida, el camino de la impiedad lleva a la muerte. (Prov. 12,27-28).  El hombre perezoso posee una vida sin sentido, sin amor y sin capaz de trascender, se encuentra al borde de la no existencia.
El individuo perezosa se deja dominar por la ley del menor esfuerzo, donde su propia inercia lo arrastra a que darse postrado, siendo conformista e indiferente con los demás, que busca su propio bien y no el de los demás, con respecto a las cosas de Dios es alérgico y con respecto a la vida comunitaria le hostiga.


El sujeto perezoso, siempre busca obstáculo para no realizar las cosas, siempre se queja, murmura en su corazón y arma maquinaciones. Su rostro es muy endurecido, no sonríe, casi siempre esta serio y con una cara de pocos amigos. Porque no encuentra sentido de su propia flojedad, las cosas pequeñas las hace imposible: El flojo dice: "¡Hay un animal feroz en el camino! ¡Hay un león en la calle!" (Prov. 26,13). Desde que se inventaron los pretextos es el primero en darle propaganda, porque en el fondo tiene   miedo y no es capaz de enfrentar su propia realidad. Y esta situación lo lleva a tener actitudes no cristianas, ni humanas. Que incluso, ve a su hermano que se está muriendo, que necesita su ayuda y se hace el desentendido, que en virtud de servirle, quiere que le sirvan. Quiere que le den su comida en la boca. Porque hasta para comer la cuesta: El flojo mete la mano en el plato, pero le cansa llevarla a la boca” (Prov. 26,15).
El hombre perezoso, siempre busca tener la razón. Cree saber más que los demás y se aferra a sus propias ideologías, en otras palabras: no hace y ni deja hacer a los demás: “El flojo se cree más sabio que siete personas que responden bien” (Prov. 26,16). La imprudencia del perezoso es tremenda, que ni el mismo se da cuenta cuando realiza su imprudencia. Porque muchas veces habla al peso de su propia lengua. Es decir, que dice una cosa y hace otra cosa, esto es llevar una vida inauténtica. Que solo piensa para sí mismo.
El flojo siempre actúa con dobles intenciones y llevando una doble vida. No le importa si dice la verdad o dice mentira. En su corazón anida la maldad. El libro combate espiritual, nos cuenta una historia de una joven que era muy perezosa, que le tenían que hacer todo:
“Cuentan las antiguas leyendas que una joven se volvió tan perezosa que ya no quería hacer ningún oficio en la casa.
Y la mamá consultó a un sabio el cual le dijo: "No le dé de comer. Recuerde que san Pablo manda: "Quien no trabaja que tampoco coma" (2Ts 3). "Dígale que la comida que ella no se prepare no la comerá". La mamá hizo lo mandado pero la muchacha prefirió aguantar hambre con tal de no tener que hacer nada. Entonces el sabio recomendó: "Hagan el simulacro de que la van a enterrar viva, y del susto cambiará el modo de obrar". Y se fueron con ella para el cementerio. Por el camino se encontraron con un hombre que les preguntó por qué la llevaban al cementerio: "Es que no quiere conseguir el alimento", le respondieron. El otro conmovido le dijo:
"Muchacha: yo le regalo estas seis libras de harina para que coma". Y la perezosa le preguntó: "¿Me las da ya amasadas y convertidas en pan tostado?". "No, así no más sin amasar ni tostar". Y la perezosa muy tranquila se acostó otra vez en el ataúd y exclamó: "Entonces: que siga el entierro" (Combate espiritual, pp. 55-56).



En la vida hay que aprender a dominar la propia lengua, ya que es un órgano tan pequeño, pero causa gran desastre; cuando se habla sin medir las consecuencias, así nos dice el libro de proverbios: El que vigila sus palabras tendrá larga vida, el que habla sin parar, se perjudicará” (Prov. 13,3). Bien expresa Santiago, cuando nos exhorta que con la ‘lengua bendecimos a Dios y con la misma lengua maldecimos al hermano’, que no somos capaces muchas veces de auto-dominar nuestras palabras y nos transformamos en seres chismosos (cfr. Sant 3, 9). El hombre prudente domina sus impulsos, se autocontrola y lucha por adquirir la virtud, en cambio el perezoso se deja arrastrar por sus bajos instintos, que cae en un círculo vicioso, bien se dice: “que la pereza es la madre de todos los vicios.
La pereza no existe por sí misma, sino que tiene su existencia en el corazón del hombre. Por consecuencia, la pereza no existe como tal, no existe alguien que se llame pereza; lo que sí existe es un sujeto perezoso. Que actúa con beligerancia, que solo existe él y sus intereses. Donde los demás le molestan prefiere vivir solo, que estar acompañado. Además la pereza es uno de los siete pecados capitales, que es la acedía del hombre. El catecismo de la iglesia católica nos dice: “La acedía o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino” (CIC. 2094).
La actitud de un misionero perezoso, no beneficia a la comunidad. Al contrario, será una carga y un dolor de cabeza para los demás. Porque no le gusta hacer nada, solo quiere comer, dormir y sentirse bien. Aunque en ocasiones, busca cualquier pretexto para no realizar sus actividades pastorales, siempre es negativo en algunas propuestas de los demás. Lo primero que dice, que la gente es apática a las cosas religiosas, que no llegan a los temas, que para que ir a las experiencias de los mercados, de los autobuses, semáforos, que es muy cansado. No le gusta arriesgar. Porque él es el primero en ser alérgico a las cosas de Dios. Mas no se cuenta lo que nos dice Jesús: “…El que quiere seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. El que quiere salvar su vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (Mc 8,34-35).
La enseñanza de Jesús es clara y exigente, para seguirle a él tiene que ser desde la libertad, desde una voluntad consciente, sin coacción, donde tú mismo optes por decir sí, quiere servir al Señor; pero esto implica una renuncia de nosotros mismos, de ir en contra de nuestros propios gustos. Estar dispuesto a entregar la vida por él, sacrificándose en el anuncia del evangelio. Despojándose  de todo aquello que representa un obstáculo para la misión: ‘Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: «Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme’» (Mc 10,21).
El misionero es elegido y enviado a la misión, va con el poder de Cristo, conducido por el Espíritu Santo, a transformar los corazones de hombres y mujeres, y de todos aquellos que están abiertos al reino de Dios. Él está dispuesto a enfrentar todo lo que sobrevenga: persecución, difamación, hombre, sed, en ocasiones sin poder dormir, o dormir en el suelo, soportar las picaduras de los desgraciados sancudos, aguantar todas las inclemencias climáticas. Todo esto lo soporta por dar  a conocer a Cristo, incluso está dispuesto a sufrir el martirio: A su paso animaban a los discípulos y los invitaban a perseverar en la fe; les decían: "Es necesario que pasemos por muchas pruebas para entrar en el Reino de Dios» (Hech 14,22). Aquí estamos hablando de misioneros entregados a su vocación y su misión, que no pierden el tiempo. Para ellos, el tiempo es oro, y como dice el dicho: “que tiempo perdido los santos lo lloran”. Todo momento es oportuno para evangelizar. Todo tiempo es propicio para salvación, para empezar el camino de una sincera conversión.
Ser misionero es un privilegio y un regalo de Dios. Aunque hay que estar dispuesto a todo. Porque no todos tienen esa vocación, algunos empiezan bien, pero después ven la situación muy exigente y se echan hacia atras. Porque no están dispuestos a correr el mismo riesgo que el Maestro de Galilea: Quién no tome su cruz para seguirme no es digno de mí” (Mt 10,38). Uno que quería seguir a Jesús le dijo: “Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia. Jesús le dijo: El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios” (Lc 9, 61-62).

El que no está dispuesto a comenzar el camino de una sincera conversión, no podrá seguir a Jesucristo, ni realizar su proyecto de salvación. El misionero tiene que abandonar actitudes de pesimismo, de indiferencia, de apatías y falsas seguridades, agresividad con sus hermano, porque no le ayudan a interactuar con los demás. Porque lo primero que tiene que ser es, ser buen cristiano, un buen hijo de Dios. El auténtico misionero tiene que vivir el evangelio, tiene que dar testimonio y aprender a convivir en la comunidad. Porque el misionero es un ser relación, de encuentro y de experiencia de vida cristiana.